
Así que apreté los dientes, dispuesto a pagar los $ 18,60 que indicaba el reloj, después de cinco minutos de viaje. Pagé con $ 19. “No tengo monedas”, me dijo el chofer.
Suelo perder mucho más que $ 0,40 en estupideces intrascendentes, pero esta vez no estaba dispuesto. “No hay problema”, le dije, ya enojado. Le di entonces $ 18,25 (todo el cambio que tenía). “No, falta plata”, me dijo él, tranquilo.
Ahí me calenté: “No te pienso regalar los 0,40”. El chofer masculló algún insulto y de repente encontró vuelto para los $19, que hasta hacía segundos supuestamente no tenía.
Nos insultamos como debe ser, le tomé el número de patente y me pregunté a mí mismo: ¿Quién es más miserable? ¿El chofer o yo? ¿Ambos por igual?
Recuerden: para volver del aeropuerto llamen a un remís de afuera o a un amigo que los busque. O tómense el D4, que está buenísimo.